El Museo Judío de Berlín de Daniel Libeskind es sin lugar a dudas una de las obras más relevantes y complejas de la arquitectura contemporánea.
Tratar de encasillarla bajo algún concepto resulta siempre insuficiente y a pesar de que se habla de ella como parte del decontructivismo, me parece que cualquier encasillamiento o intento de clasificación resulta forzoso o parcial.
Tratar de encasillarla bajo algún concepto resulta siempre insuficiente y a pesar de que se habla de ella como parte del decontructivismo, me parece que cualquier encasillamiento o intento de clasificación resulta forzoso o parcial.
Uno de los aspectos notables de esta obra es su condición de única y por otra parte lo que resulta aún más interesante es que el edificio en sí mismo, dejando en un segundo plano al contenido museográfico, es capaz de transmitir experiencias que ninguna muestra o museo convencional sería capaz de hacer, llevando la capacidad comunicadora del proyecto de arquitectura a un nivel notable y difícil de replicar.
El recorrido museográfico se estructura en una sucesión de experiencias sensoriales, a lo largo de una planta quebrada y de organización relativamente lineal, y que son capaces de transmitir un mensaje de manera precisa mediante un el manejo estratégico del espacio, de la luminosidad, el eco, la reververación, las texturas, el color y los elementos.
Estas experiencias que se van sucediendo superan al edificio mismo y más aún al contenido museográfico.
Finalmente me parece que el edificio abandona su condición de interés sólo arquitectónico y se vuelve un elemento de relevancia social.
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